domingo, 21 de junio de 2009

Hoy tengo que decirte...


Había una vez una niña de seis años que vivía en un castillo en donde todo parecía para ella felicidad y armonía. El castillo era perfecto pues tenía una barrera que no permitía que pasara ningún mal a él por lo que se sentía totalmente a salvo.

Un día, a principios de junio, recibió una revista de su muñeca favorita donde se comentaba que tres semanas después se festejaba el día del padre y daban consejos para hacerle una linda celebración íntima. Así que ella puso manos a la obra y, con su compañera de juegos de toda la vida y la complicidad de su mamá, comenzó a organizar un festivalito que consistía en una canción que estaba de moda en aquellos años, dedicada al padre, con una coreografía inventada por ella (ésto lo agregó la niña a la celebración pues no era una idea que viniera en su revista), una botana de paté en forma de balón de fútbol americano (al cual no le veía mucho caso pues a su padre no le gustaba el fútbol y sin embargo su mamá la convenció de que sería un lindo gesto pues estaría hecho con sus manos y todo el amor del mundo), agua de jamaica y un pequeño pastelito armado con panes de una panadería pero adornado por ella. En resumen, un sencillo pero amoroso festejo.

Todas las tardes, a escondidas de su padre, se escabullía y escondía para ensayar la coreografía de la canción y un día antes del esperado acontecimiento formó el balón de paté, preparó el agua de jamaica y adornó los panes siguiendo las instrucciones de su revista.

El tan esperado día llegó pero papá no estaba en casa. Había salido muy temprano y no sabía a qué hora regresaría. ¡Ella estaba ansiosa por presentarle su regalo! y, como el paso del tiempo para los niños es muy relativo, preguntaba a su madre a cada momento si faltaba mucho para que él llegara. Su madre parecía no saber tampoco a qué hora regresaría, pero trataba de conservar la calma y hacer que la niña tampoco se impacientara diciéndole que no debía tardar pues ya casi era la hora de la comida. De pronto papá llegó pero parecía algo apurado. Mamá fue a ver que pasaba y a avisarle que la niña le tenía una sorpresa y que se la daría en el pequeño patio del castillo. Cuando llegaron al lugar la niña le indicó a su padre dónde colocarse para que viera la coreografía que le había puesto a la linda canción. Los nervios la invadieron. ¡Qué emoción! ya podía darle la sorpresa que preparó con tanto amor y dedicación para su padre.

Comenzó la música y las niñas empezaron el show. El padre las miraba pero parecía no estar prestando atención. Algo le apuraba, parecía tener prisa y estar desesperado por algo, la niña no entendía muy bien qué sucedía pero pensó que conforme viera sus sorpresas y oyera la letra de la canción se tranquilizaría y todo saldría a pedir de boca, ¿de qué otra manera podían salir las cosas en un lugar tan seguro? De pronto un viento huracanado entró. Sin saber cómo, ni cuándo o por qué, el mal había logrado derribar la barrera que protegía el castillo. El malévolo monstruo de la ira acompañaba al viento y poseyó sin previo aviso al padre quién perdió el control y se levantó de su lugar con tal rapidez y tan abruptamente que la silla cayó haciendo un estrepitoso ruido, tomó de los brazos a la niña y le gritó mientras la sacudía: "No tengo tiempo para estas tonterías. El día del padre es sólo mercadotecnia para sacarle dinero a la gente y vender porquerías". Después se dio la media vuelta y se fue del castillo dando un fuerte azotón a la puerta. La niña lloró y lloró preguntándose en lo más profundo de su ser ¿qué había hecho mal?, ¿qué diablos era la mercadotécnia?, ¿vender porquerías? ¡pero si yo no le compré nada! Sintió miedo, desolación, culpa, vergüenza, todos aquellos malos sentimientos que no conocía se apoderaron de ella. La niña no pudo resistir tantas emociones y enfermó de tal manera que día a día moría un poco.

Más tarde las cosas parecerían estar más tranquilas en el castillo, sin embargo, el daño estaba hecho. La ira, la culpa, el miedo, la soledad y todos sus malignos acompañantes ya habían dejado huella en "su fortaleza". Jamás volvería a hablarse del incidente, al menos no con el poseído, y una terrible maldición cayó sobre la niña:

Cada año, el mismo día, la niña reviviría y sería visitada por la culpa, el miedo o la vergüenza.

Y la maldición se cumplió. Año con año al llegar la fecha indicada la niña revive. Aún no puede oír la canción sin sentir una terrible melancolía. Siente culpa si no felicita al padre. Sufre vergüenza al ver que los demás disfrutan con sus padres ese día y ella no. Tiene miedo de recibir algún desplante. Y si lo felicita se siente hipócrita agasajándolo sin experimentar felicidad.

La mujer en que se convirtió la pequeña ha hecho todos los conjuros que ha podido para evitar que la chiquilla reviva, pero sigue sin lograrlo. La niña tiene sólo un día al año para tratar de vencer esta terrible maldición pero cada año está aún más cansada que el anterior y lo único que quiere ya es descansar en paz.

1 comentario:

  1. Santo Dios! Que trágico! Pero creo que la niña a tantos años después de todo el incidente, debe de darse cuenta que como adulto, hay veces que te pasan cosas neafastas, y que no podemos controlar, y cuando uno es niño no te das cuenta de la magnitud de las cosas... creo que ahora es cuando debes analizar, que no lo hizo por mala intención, y que eso es la parte linda de la madurez :-)

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